En un mundo donde el pan muchas veces se vuelve un producto industrial más, PANBA llega a recordarnos que el pan también puede ser un arte. Este proyecto gastronómico, nacido del amor por la masa madre y la panadería de verdad, ha sabido ganarse el corazón (y el paladar) de muchos. Aunque al principio funcionaban bajo un formato de delivery —con repartos desde Playa Ancha hasta Santiago—, hoy el desafío es otro: invitar a que la gente viva la experiencia en su local. Y es que PANBA no solo vende pan, también cultiva comunidad, cercanía y sabor auténtico.
El corazón de PANBA late con el uso de productos de temporada y técnicas tradicionales. Focaccias, bollería y galletas recién horneadas se suman a un café del mediodía que ya es ritual para muchos vecinos del barrio. Lo que distingue a este lugar no es solo su calidad, sino la calidez del reencuentro: antiguos clientes de delivery que ahora llegan en persona, se saludan, conversan, se quedan. Esa dinámica de barrio, donde uno va por una galleta y termina quedándose a charlar, es parte del espíritu que impulsa este emprendimiento. El pan es solo el comienzo.
Así, PANBA no solo apuesta por una panadería honesta y de calidad, sino por un modelo de vida más cercano, más humano. En una época en que lo rápido y lo impersonal dominan, este proyecto rescata lo esencial: la comida como punto de encuentro. Ya sea por un pan recién salido del horno o por la conversación con quien lo prepara, PANBA se ha transformado en un espacio donde el aroma a masa madre se mezcla con historias compartidas. Y eso, sin duda, es lo que más alimenta.
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